ACERCA DEL AMOR HUMANO
ALGUNAS REFLEXIONES DESDE UNA “ANTROPOLOGÍA ADECUADA”
Andrés Jiménez Abad
El amor es la suprema expresión de la voluntad. Consiste en querer el bien para alguien, como dijo acertadamente Aristóteles.
Conviene distinguir muy bien el amor que es propio de la voluntad –que es un querer– del amor propio de la afectividad, el sentimiento amoroso –que es un sentir–.
El amor sensible obedece a estímulos de agrado y en su raíz no es un acto libre, no es premeditado, sino un movimiento interior de atracción hacia algo, que acontece espontáneamente: una emoción, un sentimiento. Pero que por la misma razón puede desaparecer si el estímulo de agrado no persiste. No es, en rigor, un acto libre y del que se pueda responder. No tiene valor moral en sí mismo. Ahora bien, se puede o no consentir en él, y esto sí tiene ya valor moral, porque la voluntad lo confirma o lo rechaza.
El amor de voluntad, en cambio, es el querer que se dirige libremente hacia un bien que se comprende que es bueno. Es fruto de una decisión cuyo origen es la determinación del sujeto, que quiere algo o a alguien. En cierto modo, todo querer es amor, pero no es lo mismo amar una cosa que amar a una persona.
El amor que se dirige a la cosa es un amor de posesión. Se busca poseer algo. Y se quiere ese algo para alguien, para uno mismo o para otra persona, y por lo tanto como un medio, que se pretende para un fin.
En cambio, el amor que se dirige a la persona no busca su posesión. No se la quiere “para nada” distinto del mismo ser amado. Se le quiere por él mismo y para él. Dicho de otro modo, es un amor de donación, de entrega. Su nombre técnico es el de amor de benevolencia. El amor de persona no busca poseer al ser amado, sino una comunión con él.
Características y exigencias del amor de persona
Las notas –y exigencias– constitutivas del amor de persona son:
a) Comunión, búsqueda de la mayor identificación posible entre el amante y el amado, que se traduce en aspirar a compartir vida y a estar juntos, estar disponibles mutuamente y respetarse.
b) Entrega, es un ponerse a disposición de la persona amada, dar y darse para el bien de quien se ama, ponerse en el lugar del otro y querer para el otro lo que es bueno para él. Darle el mayor bien que se posee: uno mismo.
c) Clarividencia, ver lo más profundo del ser amado, comprender, dar por buena a la persona amada (bendecirla), abrirse a un conocimiento que no cesa al descubrir la inmensidad del ser amado.
d) Éxtasis, un salir y olvidarse de uno mismo que enriquece; ganar y crecer en el amor y porque se ama.
e) Solicitud o celo, que supone cuidar y ayudar a la persona amada descendiendo a lo concreto, y rechazar todo lo que le daña o envilece: amor que atiende a los detalles, se renueva cada día, se hace delicadeza y generosidad, se esfuerza por convertir la propia vida en fuente de alegría para el otro. Busca hacer del propio amor algo excelente porque se trata de ofrecer lo mejor al otro.
f) Permanencia: Amar es crear lazos, vincularse, ser fiel. El que ama se obliga con respecto al amado. Se ama a la persona por ella misma, no por sus cualidades, su riqueza o su salud. Y por lo mismo, el amor se mantiene cuando esas cualidades o aspectos cambien o incluso desaparezcan.
El amor de persona ha de ser concreto
El amor de persona, por sublime que pueda ser, no es algo abstracto. En rigor, si apuramos aún más, podría llegar a decirse que el amor, así, sin más, no existe, sino que existen las personas que aman o se aman. Y las personas son seres concretos. Los más concretos que existen: un tú y un yo. Únicos, irrepetibles. Y el amor, si de verdad existe, se da vivo en las personas y con la singularidad que es propia de las personas. No hay dos amigos iguales. Cuando el amor se dirige a alguien, lo saca poderosamente del anonimato, lo singulariza, lo hace irrepetible, incomparable, único.
Y a las personas concretas, o se las ama de forma concreta, o no se las ama en absoluto. Escribía un joven a su amada: “Por irte a ver, atravesaría mares de fuego. Por irte a ver, pasaría entre cuchillos afilados. Por irte a ver, arrancaría las estrellas de su sitio.” Pero al final de la carta hacía un quiebro y, a modo de postdata, anunciaba lo siguiente: ‘El sábado, si no llueve, iré a verte”.
El valor de un te amo depende de la profundidad vital de la que emana. Esa profundidad es lo que llamamos la intimidad, que es el núcleo más auténtico y central de la persona. La intimidad es ese ámbito del propio ser en el que el dar prevalece sobre el tener y el recibir. Más exactamente aún, en el que dar es recibir. Y es que la persona es esencialmente el ser que puede darse sin perderse, que se puede entregar en lo que hace y en lo que dice. Por eso, hay gestos en apariencia pequeños que tienen un extraordinario valor por lo que en ellas hemos puesto de nosotros mismos. Como dice Simone Weil, “las mismas palabras –‘te amo’– pueden ser triviales o extraordinarias, según la forma en que se digan. Y esa forma depende de la profundidad en el ser humano de la que proceden”.
Hay muchas cosas que cuando las damos, las perdemos. Es el caso de las realidades materiales. Si le doy un sombrero a un amigo, me quedo sin él. Si doy algo de dinero, lo pierdo. Pero es el caso que hay otras ‘cosas’ que no se pierden cuando se dan. Al contrario, al darlas, crecen en nosotros y nos hacen crecer a nosotros mismos, nos enriquecen, pero ya no materialmente. Un caso claro es la amistad. Cuanta más amistad brindo a alguien, más crece en mí mi capacidad de amar, más grande y valiosa es mi amistad. “El amor, escribe Tagore, es una riqueza que beneficia a quien lo da, y esta generosidad puede permitírsela el último de los pobres.”
Se aprende a amar educando y fortaleciendo la propia voluntad –el verdadero querer- y a la vez la capacidad sensible de asombro y de entusiasmo. Un simple “me gusta (o me gustas)”, “me apetece”, “me hace sentir”..., no pueden cimentar un amor profundo, porque no poseen consistencia.¿Acaso podemos prometerle a alguien: “siempre me vas a gustar?”. Enamorados que sienten despertar arrebatos de pasión, que gozan y sufren sus emociones, dejan de experimentar el mismo atractivo y los mismos sentimientos en un momento dado, o con el paso del tiempo: ya no sentimos lo mismo, no es como al principio...Porque, en rigor, ello no depende de nosotros, no está en nuestra mano y no podemos garantizarlo siempre.
El enamoramiento es –puede ser- el comienzo de algo que tiene que ser mucho más grande: el amor. Eso que Kierkegaard definía como un “sólo a ti, con todas las fuerzas de mi ser y para siempre”.
Pero eso no significa que el amor sensible no sea importante… Amar según el sentimiento implica no saber vivir sin aquello que se ama. Y hemos de amar según la voluntad, pero también sentimentalmente, para que el corazón humano, que también es sensibilidad, fuente y necesidad de afecto, se sienta movido por la persona amada y nos mueva a querer más plena, intensa y gozosamente. Por eso el amor es una tarea. La insensibilidad no es perfección sino carencia.
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