II.- BREVES EXTRACTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE LA PATERNIDAD Y,
EN PARTICULAR, LOS MÉTODOS NATURALES DE REGULACIÓN DE LA FERTILIDAD
La Iglesia, que nunca ha sido ajena a los problemas de
sus hijos, ofrece en diversos documentos del su Magisterio una visión positiva
de la realidad del matrimonio y de su colaboración en la obra creadora de Dios
mediante la apertura a la vida.
El Papa Francisco, en
la homilía de la Santa Misa de clausura de la peregrinación de las
familias del mundo a Roma en el año de la Fe, decía lo siguiente sobre el amor
en la familia: “Queridas familias, ustedes lo saben
bien: la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial,
no viene de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría
viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su
corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse
mutuamente en el camino de la vida. En el fondo de este sentimiento de alegría
profunda está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su
amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor
paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a
tener este amor paciente, el uno por el otro. Tener paciencia entre nosotros.
Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la
familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la
alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica
espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la
sociedad”.
El Papa Benedicto XVI, en
2005 en un discurso en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial
de la diócesis de Roma, decía respecto del amor esponsal que “También en la generación de los hijos el matrimonio
refleja su modelo divino, el amor de Dios al hombre. En el hombre y en la mujer,
la paternidad y la maternidad, como el cuerpo y como el amor, no se pueden
reducir a lo biológico: la vida sólo se da enteramente cuando juntamente
con el nacimiento se dan también el amor y el sentido que permiten decir
sí a esta vida. Precisamente esto muestra claramente cuán contrario al amor
humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, es cerrar
sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más,
suprimir o manipular la vida que nace”.
Con
relación a los hijos como manifestación del amor de los esposos y de Dios, en
su viaje apostólico a Valencia con motivo del V encuentro mundial de las
familias, en 2006, afirmó que “En el origen de todo hombre y, por tanto, en
toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los
esposos deben acoger al niño que les nace como hijo no sólo suyo, sino
también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más
aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios”.
Respecto
del recurso a los Métodos Naturales de Regulación de la Fertilidad, el Papa
S. Juan Pablo II, en la Familiaris Consortio(1981), decía
que “cuando los esposos, mediante el recurso
al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios
Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su
comunión sexual, se comportan como «árbitros» del designio divino y «manipulan»
y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge,
alterando su valor de donación «total». Así, al lenguaje natural que
expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo
impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no
darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la
apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del
amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal. En cambio, cuando los
esposos, mediante el recurso a períodos de infecundidad, respetan
la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la
sexualidad humana, se comportan como «ministros» del designio de Dios y «se
sirven» de la sexualidad según el dinamismo original de la donación «total»,
sin manipulaciones ni alteraciones”. Igualmente, en la carta
a las familias del año 1994 decía: “la paternidad y maternidad
se refieren directamente al momento en que el hombre y la mujer, uniéndose «en
una sola carne», pueden convertirse en padres. (…) Ambos pueden convertirse en
procreadores —padre y madre— comunicando la vida a un nuevo ser humano. Las dos dimensiones de la unión
conyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden separarse
artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto conyugal”
(…) “Ellos viven entonces un momento de especial responsabilidad, incluso
por la potencialidad procreativa vinculada con el acto conyugal. (…) Aunque es
la mujer la primera que se da cuenta de que es madre, el hombre con el cual se
ha unido en «una sola carne» toma a su vez conciencia, mediante el testimonio
de ella, de haberse convertido en padre. Ambos son responsables de
la potencial, y después efectiva, paternidad y maternidad. El hombre debe
reconocer y aceptar el resultado de una decisión que también ha sido suya. (…)
Es necesario que ambos, el hombre y la mujer, asuman juntos, ante sí mismos y
ante los demás, la responsabilidad de la nueva vida suscitada por ellos”. (…)
“La lógica de la entrega total del uno al otro implica la potencial
apertura a la procreación: el matrimonio está llamado así a realizarse
todavía más plenamente como familia. Ciertamente, la entrega recíproca del
hombre y de la mujer no tiene como fin solamente el nacimiento de los hijos,
sino que es, en sí misma, mutua comunión de amor y de vida. Pero siempre
debe garantizarse la íntima verdad de tal entrega”.
Finalmente,
sobre la regulación de la natalidad, en la encíclica Humanae vitae
(1968), Pablo VI proponía la paternidad responsable como medio para poder vivir humanamente los
esposos el don de Dios en el ejercicio de la procreación, como colaboradores en
la obra creadora de una nueva vida humana. Ante la problemática ética que
plantean los nuevos métodos de regulación de la fertilidad, el Papa señala la
importancia de respetar la
naturaleza y la finalidad del acto matrimonial y reafirma ‘la
inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por
propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado
unitivo y el significado procreador’. El Papa Montini,
también señaló que es lícito recurrir a los periodos infecundos para
controlar la natalidad: "Si para espaciar los nacimientos existen
serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los
cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es
lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las
funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos
infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que
acabamos de recordar". La diferencia entre esto y los métodos
artificiales, es que en el primero "los cónyuges se sirven
legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo
de los procesos naturales". Pablo VI advirtió sobre
las consecuencias que tendría el uso de métodos artificiales, tales como "el
camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la
degradación general de la moralidad, la pérdida de respeto a la mujer, y el uso
de estos métodos como políticas de estado por parte de autoridades públicas
despreocupadas de las exigencias morales".
En
definitiva, en el Magisterio de la Iglesia es clara la conexión entre
matrimonio, apertura a la vida y posibilidad de uso de los métodos naturales de
regulación de la fertilidad en el contexto de una paternidad responsable.
Por
ello, puede decirse que la Iglesia no sólo llama a los esposos a la paternidad
responsable, sino que los dota de los medios necesarios para vivirla, entre los que se encuentra la enseñanza de los
métodos naturales de reconocimiento de fertilidad (MNRF).