Comunicarse y compartir: La ayuda mutua y la administración de los bienes.
Fuente: MFC
Si en nuestra vida en común hay diálogo, confianza, aceptación,
comprobaremos que será más fácil llevar a cabo una de las obligaciones básicas
del matrimonio como es la ayuda mutua. Al valorar más la comunicación personal entre los esposos, se contribuye a
humanizar toda la convivencia familiar.(AL.32).La ayuda mutua entre los cónyuges es una obligación legal de nuestro
ordenamiento jurídico, pero ¿en qué consistirá tal ayuda?
La situación en que
el marido realizaba el trabajo retribuido mediante un empleo o profesión y la
esposa se dedicaba a las tareas del hogar, que imponía una clara división del
trabajo, es hoy residual y minoritaria. Generalizado el trabajo profesional de los
dos miembros de la pareja, cada uno de nosotros tendrá un campo concreto y
separado del otro en que tendrá que realizar su vocación, su profesión, y al
mismo tiempo un hogar, una casa común, en la que convivir juntamente con los
hijos que van llegando.
En cuanto a las tareas de
hogar, habrá que aceptar que el hombre y la mujer son iguales ante todos estos
trabajos. Esta es una igualdad básica que hay que asumir y en la que hay que
educar a nuestros hijos. No hay ninguna razón para establecer trabajos
masculinos y femeninos. Esto no quiere decir que todos tengamos idénticas
habilidades: unos pueden tener unas y otros otras. Podemos buscar la forma de
complementarnos, pero en ningún caso podemos invocar el sexo para eludir ningún
trabajo en el hogar.
También será
necesaria la ayuda mutua respecto al trabajo de cada uno fuera del hogar ya que
cada uno necesita el apoyo, la comprensión, el ánimo del otro. Esta será una
ayuda mutua de gran valor, pues será un elemento más de unidad, de reflexión
compartida, de toma de decisiones en común. Ninguna preocupación de un cónyuge
puede ser ignorada por el otro, salvo cuando se trate de cuestiones que exigen
un secreto profesional, pero incluso en estos casos, sin que haya que revelar
nada, el otro comprenderá y apoyará.
Hay que insistir en
que la ayuda ha de ser mutua, es decir, ambos deben estar dispuestos a dar y
recibir. Si uno de los dos o ambos se considera superior al otro, si uno u otro
plantea la ayuda como exigencia o la ofrece con suficiencia, no se habrá
compartido nada y la convivencia puede peligrar. Pedir ayuda con naturalidad,
ofrecerla con alegría, ponerse en el lugar del otro para comprenderlo,
reflexionar en común con seriedad, consolidará a la pareja. En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la paternidad y
la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones; aprenden a
cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente.(AL.88) Compartir y comunicarse siempre y en primer lugar con su pareja, antes
de acudir a otras personas, aunque luego de común acuerdo se busque la ayuda de
terceros si es necesaria.
También las
aficiones habrán de compartirse o al menos evitar que sean motivo de
alejamiento. La vida en común es una constante búsqueda de espacios de
coincidencia que exigirá actitudes comprensivas y generosas por parte de ambos.
Las leyes civiles se
ocupan ampliamente de los bienes de los cónyuges y establecen las dos formas
más comunes de administración de los mismos: régimen de gananciales y de
separación de bienes. No entramos a estudiar en este tema estas cuestiones
legales, pero las citamos a fin de señalar la importancia que ello tiene. Los
bienes que la pareja aporta al matrimonio y lo que uno o ambos cónyuges ganan
con su trabajo o actividad, podemos llamarlos “el dinero”, y vamos a
reflexionar sobre su incidencia en la vida de la pareja. Porque puede ser un
medio eficaz para realizar nuestro proyecto común o una fuente de discordias si
no existen las importantes actitudes que venimos analizando en los temas de
comunicarse y compartir.
La economía
familiar es un espacio importantísimo en el que ejercitar el diálogo, la
reflexión, la decisión compartida. Exige haber llegado a reconocernos como un
“nosotros”, superando un tú y yo independientes, lo mío y lo tuyo por lo
“nuestro”. También serán “nuestras” las estrecheces, las dificultades, las
deudas, las obligaciones. La abundancia o la escasez, los buenos tiempos y los
malos, habrá que compartirlos tomando decisiones adecuadas. La convivencia se
verá seriamente afectada si cada uno pretende decidir solo respecto a cómo
gastar el dinero que gana o aporta o si exige al otro que asuma, también solo,
obligaciones que deben ser comunes.
El empleo del dinero
exige una escala de valores previa y compartida. Habrá que decidir en cada
momento lo que podemos gastar, lo que de verdad necesitamos. La influencia del
consumismo es avasalladora, la creación de necesidades, la ilusión de que se
puede ser más feliz con más cosas, son una tentación constante para toda la
familia.
Si la pareja es fiel a
esa escala de valores respecto al uso del dinero, en lugar de dejarse dominar
por él, podrá transmitir a sus hijos esa actitud adecuada de lo que realmente
es necesario y no fundará en saciar “falsas necesidades” la buena marcha de la
familia. El dinero también puede provocar problemas cuando escasea o falta para
cubrir las propias necesidades. Por ello deberíamos ejercitarnos en una virtud
de la que se habla poco: la austeridad. Ella hace más llevadera la vida cuando
hay dificultades y nos dará una mayor sensibilidad ante las necesidades de los
demás y por consiguiente nos impulsará a compartir nuestros bienes con el
prójimo. Educar a los hijos en el valor de la austeridad es prepararlos para la
vida, dotándolos de una defensa inmejorable para afrontar las vicisitudes que
les aguardan en su futuro.