El amor conyugal como signo del amor de Dios y el matrimonio como sacramento.
Cuando se habla del amor, conviene dejar claro que su forma más completa y plena es el amor conyugal, el que vincula para siempre a un hombre y a una mujer con un compromiso de mutua entrega que se expresa en la unión corporal. Este amor es el que corresponde plenamente a la voluntad creadora de Dios que nos hizo varón y mujer.
Pero hay más. Ese mismo amor conyugal es escogido por Dios como signo del amor que Él tiene al hombre. Cuando Dios quiso expresar la clase de vínculo que le unía con la humanidad, no tuvo mejor forma de hacerlo que mediante el amor y la fidelidad conyugal. El matrimonio cristiano es un signo que no sólo indica cuánto amó Cristo a su Iglesia en la Alianza sellada en la cruz, sino que hace presente ese amor en la comunión de los esposos. (AL.73). El hombre y la mujer que se entregan mutuamente en matrimonio se convierten en “imagen y semejanza” de la alianza de Dios con el hombre. Podemos leer esto en el libro de profeta Isaías, capítulo 62, versículos 1 al 5.
A lo largo de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hay una referencia constante al matrimonio como relación entre Dios y el hombre. El Apocalipsis, ese libro misterioso que cierra la Biblia con la visión final del Reino de Dios, nos presenta en su capítulo 19 las bodas del Cordero; y en el 22, versículo 37 “El Espíritu y la novia dicen: Ven”, expresando el deseo de la Iglesia de que se establezca definitivamente el reino de Dios con la llegada de Jesús.
En el canon 1055 del Código de Derecho Canónico se establece: “La alianza matrimonial por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. El matrimonio por tanto, sin dejar de ser una realidad humana se eleva a una trascendencia divina, sacramental, entre Dios y el hombre se establece una nueva relación.
La profunda trascendencia y significación de la unión, sólo puede ser entendida desde la fe. Por eso, si no se tiene, sería como hablar una lengua que no se entiende: aunque se pronuncien las palabras, están vacías de contenido y no se dice nada con ellas. El sacramento no es una « cosa » o una « fuerza », porque en realidad Cristo mismo « mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos. (AL.73). Casarse significa asumir el matrimonio como expresión del amor de Dios a los hombres. La pareja que celebra el matrimonio cristiano ha de ser signo visible en este mundo de ese amor que Dios nos tiene, a través del amor que los esposos se tienen entre sí. Eso es lo que queremos expresar cuando hablamos de sacramento del matrimonio: porque todo sacramento es signo visible de la presencia de Dios en medio de los hombres.
Dios no puede quedarse indiferente cuando un hombre y una mujer quieren hacer de su amor signo del amor de Dios. Dios también se compromete con esa pareja. Esto es lo que queremos decir cuando afirmamos que por el sacramento se comunica la gracia: la gracia es Dios mismo hecho don que se comunica como presencia, como estímulo, como esperanza…
Esto es lo que se celebra en el matrimonio: ese compromiso que se hace público ante la comunidad cristiana. Por él, la pareja se compromete a esa entrega mutua, total y definitiva –ante Dios mismo-. Pone a Dios por testigo. El sacramento
es un don para la santificación y la salvación de los esposos… (AL.72) Y esto es algo muy serio como para hacerlo por razones distintas a una verdadera fe, aunque sea imperfecta (todo lo humano es siempre imperfecto).
Dios conoce la fragilidad del hombre y sabe que su amor puede desfallecer, olvidarse, ser infiel, pero no obstante Él sigue siendo fiel, sigue amándonos. Podéis leer al profeta Oseas, que pinta con trazos mucho más fuertes de lo que podríamos imaginar, la actitud de Dios que retoma a la humanidad por esposa a pesar de su infidelidad. (Os. 2, 4-22)