Convivir con adolescentes: 8 consejos para padres y madres en apuros.
Niños que pasan a ser adultos.
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Convivir con adolescentes: ¿misión
imposible?
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Por qué los adolescentes se comportan
así
La adolescencia es una fase conflictiva. Los vertiginosos
cambios físicos y psíquicos hacen que padres e hijos se sientan muy perdidos.
La comunicación fluida ayuda mucho, pero a veces la paciencia es la mejor
herramienta.
CONVIVIR CON
ADOLESCENTES: ¿MISIÓN IMPOSIBLE?
De pequeños, te los
comerías y, de mayores, lamentas no habértelos comido.” ¿Quién no ha oído alguna
vez esta simpática frase? Algunos no sólo la han oído, sino que la han
pronunciado (aunque nunca lo reconocerían).
El caso es que muchos
padres encaran con temor la adolescencia, tal vez recordando la que ellos
mismos le montaron a los ahora abuelos. Y estos últimos, aunque en general
intentan ser discretos y no hacer leña del árbol caído, a menudo nos miran de
reojo con una sonrisa maliciosa, como diciendo: “¿Te acuerdas? ¿Ves lo que
tenemos que aguantar los padres?”
Pues bien, hay esperanza. La
adolescencia es dura a veces, pero pasa. Si no, piensa un poco: tú también
fuiste adolescente, ¿no?
POR QUÉ LOS
ADOLESCENTES SE COMPORTAN ASÍ
La adolescencia es una
fase a menudo conflictiva que, hoy en día -porque parece que se va
adelantando–, suele producirse entre los 12 o 13 y los 16 o 17 años.
Puede ir precedida por
la preadolescencia, una fase más o menos larga de turbulencias más o menos intensas que a
veces parece que empiece justo al acabar el cólico del lactante.
Existen –se cree–
adolescentes estudiosos, ordenados, trabajadores, obedientes, siempre
alegres, cariñosos y respetuosos con sus mayores. Si tu hijo es así, no te
asustes; probablemente no le ocurre nada malo.
Pero también son
muchos los que, en algún momento –o a cada momento–, tienen la
habitación hecha un asco, acumulan ropa sucia debajo de la cama, se olvidan de
hacer los deberes, pasan a nuestro lado sin saludar, se van de casa sin decir
adiós, rechazan nuestros besos y abrazos, responden con exabruptos a los más
inocentes comentarios.
Y hay más: prefieren
contar sus secretos a cualquier desconocido antes que a sus padres, se burlan
de nosotros, nos traspasan con algunas miradas asesinas o entran en crisis de
ira, de llanto o de hosco silencio sin causa aparente.
Por no hablar de la
ropa que llevan, de la forma en que hablan o de la música que les gusta.
ALGUNAS
TEORÍAS...
Se han propuesto
muchas teorías para explicar este tipo de conductas: que es cosa de las
hormonas, que necesitan rebelarse contra sus padres para afirmar su propia
personalidad, que lo que pasa es que están malcriados y muy consentidos porque
se ha perdido el respeto y la disciplina y “nosotros no éramos así”.
Cuando yo mismo era
adolescente, una teoría muy en boga sostenía que los adolescentes no tienen en
nuestra sociedad un papel definido, no son ni niños ni adultos, y eso les hace
infelices y les pone de los nervios.
En las sociedades
primitivas, nos explicaban, se llevan a los niños al campo unos días y hacen una
ceremonia de iniciación. Cuando vuelven, ya son hombres a todos los efectos y
problema resuelto.
Recuerdo haber deseado
con ardor una ceremonia de iniciación. Años después, me enteré de en qué
consisten exactamente tales ceremonias y empecé a pensar que, en realidad,
“como aquí, no se vive en ninguna parte”.
PREVENIR
ANTES QUE CURAR
La adolescencia no
puede evitarse, por supuesto. Vendrá, seguro, y luego acabará, también seguro. Pero sus
efectos serán distintos según cuál sea la situación de partida.
Tras una infancia feliz y una relación
padres-hijo satisfactoria, la adolescencia es una sacudida. Pero si la relación
ya era mala, o no había relación digna de tal nombre, comprenderás que la
adolescencia no va precisamente a arreglarlo todo. Puede ser un verdadero desastre.
Si haces obedecer a tu
hijo por la fuerza o por la amenaza de la fuerza o a gritos, ¿qué harás cuando sea más
alto y más fuerte que tú? Permite que tu hijo actúe no por temor, sino porque
desea obrar bien. Ese deseo le durará toda la vida.
Si le dejas llorar en
la cuna, si no acudes cuando te llama, si deliberadamente haces oídos sordos a
sus quejas, si le haces callar porque no te deja oír la tele, ¿esperas que a
los trece años te pida ayuda en sus dificultades, te confíe sus secretos, te
consulte sus problemas?
Los niños deben saber
que pueden confiar en sus padres en cualquier momento, para
cualquier dificultad, que no se les negará la ayuda que necesitan.
Pero si enseñas a tu
hijo a obedecer siempre y sin rechistar, “porque lo digo yo”, “no me contestes”,
“no quiero oír ni una palabra más”, ¿cómo esperas que sepa negarse cuando le
ofrezcan alcohol, pastillas, relaciones sexuales que no desee o participar en
una gamberrada?
Los niños deben aprender que tienen
derecho a decir no y a que su negativa sea respetada
Si un niño no ve a sus
padres más que a la hora de cenar, si su vida transcurre entre escuela,
comedor escolar, actividades extraescolares, canguros y escuelas de verano,
¿qué relación habrá cuando llegue la adolescencia? Puede que ni se enteren.
TODOS HEMOS
PASADO POR ESTA ETAPA VITAL
Tu hijo no sólo
superará la adolescencia, sino que probablemente la negará. ¿Y no lo hacemos
todos en cierta medida? Al echar la vista atrás, aquellos cambios de humor
inexplicables, aquella magnífica inconsciencia nos asusta. Queremos borrarlos
de nuestra historia. “En mis tiempos sí que estudiábamos”, “Nosotros
respetábamos a nuestros mayores”, “Yo a mi padre nunca le hablé en ese tono”...
Los padres lo dicen
bajito y nunca en presencia de los abuelos, pues corren el riesgo de ser
inmediatamente desmentidos. Los abuelos, como ya nadie les puede desmentir, lo
dicen alto y fuerte.
¿Dónde están todos
aquellos hippies, “incomprendidos”, rebeldes sin causa, los que cantaban
“soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha sabido
comprender, porque nadie me ha tratado con amor”? Pues justo donde estarán
dentro de veinte años los adolescentes de ahora: disfrazados de padres y
jurando que ellos nunca fueron así.
Muchos años y varias adolescencias después,
no puedo dejar de pensar que lo mejor, cuando se tiene un hijo adolescente, es
esperar en silencio.
No te embarques en una lucha constante e
inútil. La adolescencia pasará, así que concéntrate en mantener hasta entonces
una buena relación.
AMANSAR LAS
FIERAS
Estoy convencido de
que pasar una adolescencia es como capear un temporal. No puedes hacer
absolutamente nada para frenar el viento; sólo puedes intentar mantener el
barco a flote hasta que amaine.
Y siempre, siempre
amaina. A veces el fin de la adolescencia es brusco, casi como si hubiera tenido
lugar una de aquellas ceremonias de iniciación.
Un día, los asombrados padres
intercambian experiencias: "Oye, que me ha dicho adiós". "Pues a
mi, ayer, me pidió la merienda por favor y me dio las gracias". Todo ha
terminado.
Piensa que no pierdes
un adolescente, sino que ganas un adulto joven. Por supuesto, no todo
va a ser un camino de rosas. Entre los adultos, también hay conflictos. Pero es
otra cosa.
CONSEJOS PARA
RECONECTAR CON TU HIJO
Todo tiene su lado
positivo. Te ofrecemos unos consejos útiles para sobrellevar esta etapa.
1. INTENTA VER
SUS CUALIDADES
Busca el lado bueno,
siempre lo hay. Seguro que tu hijo hace muchas cosas bien a lo largo del día, e incluso
las que hace mal no las hace todo el rato.
En vez de convertirte
en el típico padre o madre cascarrabias, rumiando continuos reproches
(“¡Cuántas veces tengo que decirte...!”, “¡Mira que me tienes harta con
tus...!”, “ Y a eso le llamas tú...”, “Este fin de semana olvídate
de...”), esfuérzate por buscar cosas positivas, recordarlas,
nombrarlas en voz alta.
2. CAMBIA DE
PUNTO DE VISTA
Descubrirás que
incluso algunas cosas que te parecían mal se pueden interpretar de otra manera. Piensa en esta frase
como ejemplo: “Otra vez lo has dejado todo para la última hora, ¿crees que
harás en una noche lo que no has hecho en todo el trimestre?”
Ahora compárala con
esta otra: “Ayer te quedaste estudiando hasta muy tarde, veo que este trimestre
te lo tomas en serio”. O bien “te pasas el día de cháchara con los amigos, más
te valdría hacer algo útil” frente a “tus amigos te quieren mucho, siempre te
llaman”.
3. HABLA BIEN
DE TU HIJO
Los trapos sucios se
lavan en casa. Los padres caemos con demasiada facilidad en la pequeña venganza de
reunirnos con otros padres para poner verdes a nuestros hijos: “Si te cuento
cómo tiene la habitación...”, “Y el tío, encima, va y me pide dinero para un
disco...” Intenta evitarlo. ¿Qué pensarán los demás de tu hijo si hasta
sus propios padres lo critican? ¿Te gustaría que tu hijo fuera
contando todo lo que sabe de ti?
4. RECUERDA TU
ADOLESCENCIA
Haz memoria. ¿A que
también discutiste alguna vez con tus padres? ¡Y más de una! Intenta
recordar qué sentías, por qué dijiste lo que dijiste y por qué hiciste lo que
hiciste. Intenta imaginar qué sentían tus padres, por qué dijeron lo que
dijeron (¡seguro que ahora te resulta más fácil!).
¿Todavía estás
convencido de que tenías la razón, toda la razón, y de que tus padres
eran unos retrógrados y autoritarios? Pues a lo mejor es eso lo que piensa
ahora tu hijo.
5. DALE TIEMPO
Y a lo mejor también
tiene razón (¿o también se equivoca?) ¿O, tal vez, con la perspectiva
que dan los años y la experiencia, comprendes ahora que tus padres también
tenían parte de razón, que tuvieron que (o que, honradamente, creyeron que
tenían que) hacer lo que hicieron, que tú tampoco se lo pusiste fácil?
Pide ahora disculpas a
tus padres y deja de esperar que tu hijo comprenda en dos días lo que tú has tardado
veinte años en descubrir.
6. PIENSA QUÉ
ES LO IMPORTANTE
Reserva tu autoridad
para los problemas serios. ¿Qué más da que se tiña el pelo de verde
o de rojo? Si saca buenas notas, ¿qué importa que estudie delante de la tele o
mientras oye música?
Evita todos los
conflictos que puedas evitar, transige en todo lo que se pueda
transigir... y no temas ejercer tu autoridad cuando sea realmente necesario,
cuando haya que cortar de raíz algún peligro.
Si no has
desperdiciado tu autoridad prohibiendo mil tonterías, es más fácil que te
obedezcan en lo que realmente importa.
7. MANTÉN LA
CALMA
Antes de decir o hacer
una tontería, cuenta hasta diez, hasta cien, hasta un millón. Y, al
final, mejor que no digas nada. Las palabras pronunciadas ya no se pueden
recoger después.
Repite como una
letanía, o un mantra: “Él no es así”, “son las hormonas”, “se le pasará”, “él no es así”, “son
las hormonas”...
8. RECUERDA QUE
TE QUIERE
Tal vez lleva un
tiempo en que casi no lo demuestra, en que rehuye los besos y abrazos. Pero
te quiere igual; y si sabes estar atento, lo notarás.
Un padre que conozco repite con orgullo
las palabras de su hija de quince años: “Dicen mis amigas que qué suerte tengo,
porque les he dicho que no me castigáis nunca”. “Momentos así”, dice mi amigo,
“dan sentido a una vida”.