Decálogo para una buena relación conyugal.
1. Comunicarse con la pareja es un factor preventivo esencial. Lo que no
se comunica no se comparte. Lo que no se comparte aleja. Lo que aleja crea
distancias insalvables. Lo que distancia desune. Y lo que desune acaba por
extinguir y disolver cualquier relación, hasta que cada uno de ellos se
transforma en un extraño para el otro. El silencio y la incomunicación son los
mayores enemigos de las relaciones conyugales. No deja de ser curioso que el
82% de las mujeres españolas casadas consideren la incomunicación conyugal como
el más frecuente y primero de sus problemas de pareja. Empatía. Ante las
dificultades y muy relacionado con lo anterior, debemos de hacer un esfuerzo
por ponernos en el papel del otro, teniendo en cuenta sus circunstancias. Yo en
cada momento decido como mirar, una mirada de juicio generará desafecto, una
mirada de comprensión, benevolente generará complicidad e invitará al cambio.
2. Respetar y admirar al otro: El respeto y la admiración son también
fundamentales como factores de
resistencia de los conflictos de pareja. Para que emerja un conflicto entre los
cónyuges forzosamente antes han tenido que dejar de admirarse. Cuando se
extingue la mutua admiración, la pérdida del respeto —al inicio sólo gestual y
verbal— está cerca. Esta inicial pérdida de respeto verbal se prolonga en
ocasiones —basta con que estén más irritables o, por un momento, “pierdan los nervios”—
en la pérdida de respeto físico o, dicho sin ningún eufemismo, en la violencia
doméstica. Es muy difícil que una pareja entre en crisis si la admiración y el respeto
mutuo no sólo se conservan, sino que, con el pasar de los años, se acrece.
3. No rehuir las dificultades y no insistir en las diferencias:
Para tratar de resolver los
problemas, lo primero que hay que hacer es identificarlos y, a continuación,
afrontarlos. Si las dificultades se silencian y “aparcan”, lo que era pequeño
se agranda y lo que en un inicio apenas tenía importancia deviene en el detonante
de la crisis. La convivencia consiste en buena parte en aprender a resolver con
éxito y conjuntamente los pequeños conflictos de cada día. Las diferencias
entre el hombre y la mujer son imborrables e inextinguibles. Por eso es de mal
gusto insistir en ellas, a tiempo y a destiempo. Los hechos diferenciales que singularizan
a uno y a otro están ahí para una excelsa función: la de complementarse, crecer
y enriquecerse recíprocamente. El respeto por esas diferencias inmodificables
constituye una excelente oportunidad para que ambos se conozcan mejor a ellos
mismos.
4. Es imprescindible dedicar tiempo, paciencia y ternura al otro cónyuge:
El amor exige tiempo, atención y
dedicación vigilante. Quien no atiende no entiende. Quien marcha siempre con
prisa no puede advertir la realidad del otro, por la sencilla razón de que
atraviesa su ámbito espacial sin dejarse asombrar ni afectar por la presencia
de su pareja. Entre las personas que se quieren hay que disponer de la necesaria
paciencia, por lo menos de la misma paciencia que precisa la crianza y buena
educación de un niño pequeño. Si se dan las condiciones anteriores, la ternura
acaba por emerger e invadir la intimidad del otro y, entonces y sólo entonces,
desaparecerán las quejas acerca de si le han dicho o no que le quieren, o si le
admiran o no, porque la ternura es la demostración objetiva de ese querer, un
grito silencioso más poderoso que cualquier decir, y que casi nunca pasa
inadvertido a las personas.
5. Esforzarse por llevar una vida sexual plena y activa:
Las relaciones sexuales son
necesarias en la vida de la pareja. No son, desde luego, lo primero, pero sí
una de las primeras condiciones que definen al matrimonio y que han de
satisfacerse. La sexualidad puede suponer —y supone, de hecho— un cierto
esfuerzo, sobre todo si — como habría de ser en el matrimonio— cada uno de los
cónyuges se olvida de sí y solo piensa en la plenitud de la satisfacción del
otro. Hasta en esto la donación recíproca está vigente y no debería ser
omitida, renunciada y mucho menos frustrada. No deja de ser frecuente que se
use a veces de la sexualidad bien para resolver otros conflictos, en que no se
llegó a acuerdo alguno, o bien mediante la negación a ella para seguir
reivindicando, guerreando y extendiendo los problemas que asientan en otros
ámbitos de la conyugalidad cuyo contenido es muy diferente. Lo correcto es que
cada problema se resuelva justamente en el ámbito en que se originó y al que
obviamente pertenece, sin dar lugar a tomarse la revancha en otros ámbitos, que
en modo alguno son afines a aquel y no pueden sustituirlo.
6. Establecer y respetar el necesario ámbito de libertad personal del
otro:
Que hombre y mujer sean “una sola
carne»” no ha de tomarse como una unión tal que conlleva a la fusión entre
ellos y a la confusión de sus personas. El matrimonio, desde luego, les
constituye en una sola carne, pero al mismo tiempo —he aquí el misterio— conserva
en su integridad aspectos diferenciales de las genuinas personalidades de cada
uno de ellos. Como consecuencia, es preciso establecer cuál es el necesario ámbito
de libertad que es más apropiado a cada uno de ellos y que el otro no puede, no
debe forzar ni dejar de respetar. En el escenario de la profesión, por ejemplo,
esta es una exigencia ética que jamás debería ser conculcada.
7. Mantener un reparto equilibrado y flexible de tareas y roles:
Las diversas cualidades de cada uno
de los cónyuges, su propia singularidad y la eficiencia que deriva de la
división del trabajo exige este reparto de funciones entre ellos. Lo lógico es
que el más dotado para una determinada tarea o al que le cueste menos esfuerzo
llevarla a cabo sea el que tenga que desempeñarla. No se trata de “arrimar el hombro”
a los menesteres menos agradables para cargar las espaldas del otro. Se trata
tan solo de ser más eficaces, pero sin hundirse en el utilitarismo
funcionalista. Por eso es también conveniente que si uno de ellos advierte que
al otro el desempeño de una función le supone mucho esfuerzo, se adelante y la
haga o le ayude mientras la realiza. La pareja no está constituida para restar,
sino para sumar; está para multiplicar en lugar de dividir, para tener más en
cuenta lo que les une que lo que les separa. En cierto sentido, marido y mujer
devienen en cofundadores, a partes iguales, de una sola y única empresa, en la
que no puede precisarse qué es de cada uno de ellos, porque lo que es de uno es
también del otro, porque todo es de los dos. Aquí los dos son corresponsables,
coexistentes y copartícipes de todo cuanto les acontezca a ambos.
8. Fomentar una cierta complicidad añadida:
El mismo tejido de la pareja está reñido
con la incomprensión y el sentimiento de soledad. La pareja es compañía, ausencia
de soledad, comunión. No es infrecuente la presencia de parejas que posiblemente
se quieren mucho entre ellos y son muy equilibradas, pero se percibe que les
falta algo. Son marido y mujer y excelentes padre y madre, pero... ¡no son compañeros!,
la vida de uno no ha sido compañía inseparable de la vida del otro. En estos
casos lo que falta es esa generosidad para abrir la intimidad —lo que más les suele
costar— y ofrecerla y regalarla gustosamente al otro. Cuando ambos devienen en
compañeros —en buenos compañeros, se entiende—, el regalo de la intimidad se desborda
y surge esa alegría vital, que no se puede ocultar en quienes se sienten cómplices
y realmente lo son de sus propios afanes, ilusiones, deseos, expectativas, fantasías,
decires, sentimientos, proyectos, pensamientos y recuerdos.
9. El don de sí.
Muchos matrimonios establecen una
relación dependiendo de lo que reciben del otro, esto genera una relación
mercantil, “te doy porque me das”. Resulta mucho más funcional, creíble y
generoso amar desde la entrega de la propia vida, sólo así te mostraré la
verdad, bondad y belleza del amor esponsal. Te entrego mi vida, la pongo en tus
manos porque sé que tú eres un bien para mí y que me cuidarás. Amar desde la
espera genera muchas frustraciones. Cuando uno ama de este modo, hablando de
personas maduras, es difícil que no surja la reciprocidad tan necesaria.
10. Rezar juntos.
La oración supone vivir en clave
del amor de Dios, comprender que nuestro amor remite a un amor más grande que
nos sostiene. Provoca entre nosotros la misma mirada benevolente que Él tiene
sobre nosotros, llevándonos siempre al perdón.
Regla básica a tenerla siempre
presente: El cambio empieza en uno mismo, yo no puedo ser el responsable del
cambio del otro, por ello debo de centrarme en mí. Hoy tomo la decisión de amar
cambiando todo aquello que entorpece nuestra relación. El amor nunca se deja
ganar en generosidad. Cuando advertimos el cambio y generosidad del otro esto
genera deuda, sentimientos se ser querido y vivir en pertenencia y provoca,
necesariamente, el cambio en el otro.