Comunicarse
y compartir: El diálogo, la confianza y la aceptación mutua.
El diálogo es una
forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar el amor en la
vida matrimonial y familiar. (AL. 136).
Durante el tiempo del noviazgo las parejas dialogan con mayor o menor
profundidad, con más o menos sinceridad. Cada uno trata de mostrarse al otro
desde su cara más agradable. Después de la boda hay que seguir dialogando pero
en un contexto muy diferente. La convivencia presenta sus ventajas y sus
inconvenientes que se constatan día a día. Puede haber un cierto desencanto
sobre el que no se quiere hablar, hay largos silencios, excusas para no estar
frente a frente, comentarios superficiales. Falta comunicación.
Sin comunicación no hay posibilidad de vida en común. La vida
lánguida de muchos matrimonios puede deberse en muchos casos a esta falta de
comunicación. Cada uno vive su vida, sus preocupaciones, sus deseos, por
separado. Los contactos se reducen a unas pocas cuestiones que a menudo
degeneran en discusiones. Puede ser el comienzo de una crisis que,
larvadamente, conduzca a la ruptura.
Dialogar es la primera forma de comunicarse y compartir la
vida. Pero no cualquier forma de hablar es ya diálogo. El diálogo no es
discutir: no es intentar convencer al otro, ni imponerle las ideas propias, ni
prescindir de sus propias ideas. Dialogar no es hacerse oír.
Dialogar es, sobre todo, escuchar y preguntar: es la voluntad
firme de compartir con el otro, los deseos, las preocupaciones, las alegrías,
los estados de ánimo. La actitud dialogante consiste en abrirse a lo que nos
quiera decir y tratar de aceptarlo, asumirlo y comprenderlo. Consiste en decir
lo que pensamos, sentimos, queremos, después de pasar por una reflexión
personal seria y profunda. En el diálogo cada uno muestra al otro su propia
vida interior conscientemente asumida y ello exige que cada uno manifieste el
más exquisito respeto.
El diálogo es necesario porque cada cual tiene o conoce
algo que el otro no posee o ignora. Pero además –y esto suele ser más difícil
de percibir-, porque cada uno capta e interpreta una misma realidad de forma
diferente.
Por todo esto a través del diálogo se busca la complementariedad
entre las personas, a todos los niveles –ideas, sentimientos, etc.-, a partir
del respeto y la aceptación mutua, sin reservas ni condiciones.
Pero todo diálogo comporta ciertas dificultades, las
formas de expresión, la inoportunidad del momento, el afán de querer llevar la
razón, etc., que pueden obstaculizarlo y en ocasiones hacerlo imposible. El modo de preguntar, la forma de
responder, el tono utilizado, el momento y muchos factores más, pueden
condicionar la comunicación. (AL.136)
No puede
olvidarse que el diálogo tiende a transformarnos, a enfrentarnos con realidades
que a veces eludimos o que cuidadosamente ocultamos. Por eso es fácil que nos
pongamos a la “defensiva” preparando las respuestas mientras el otro habla,
impidiendo así que podamos recibir el mensaje y su aceptación o rechazo
razonado. Darse tiempo, tiempo
de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el
otro haya expresado todo lo que necesitaba. (AL.137). Incluso
se adoptan gestos enérgicos o expresiones duras, se levanta la voz, etc.; todo
esto no son más que armas defensivas de nuestro orgullo y egoísmo. En resumen
ausencia de verdaderas razones.
La actitud dialogante hace falta cultivarla continuamente.
Tampoco suelen alcanzarla los dos al mismo tiempo, pero cuando existe en la
pareja, es un buen signo de que ambos desean vivamente compartir la vida del
otro, experimentan una sensación de plenitud que antes no podían sospechar.
Entonces el amor y la unión crecen a través de cada detalle, de cada situación
de alegría o tristeza compartida.
Para que haya auténtica comunicación, para que todo en la
vida matrimonial sea compartido por la pareja, hace falta confianza y
aceptación mutua. Sobre la confianza no tenemos a menudo una idea clara. La
confundimos con la ausencia de pudor o la falta de finura o delicadeza.
La confianza es más que fiarse del otro con toda seguridad; es
tener la convicción de que es bueno, me ama y quiere lo mejor para mí.
Para lograr esta confianza es imprescindible que cada uno
elimine todo prejuicio hacia el otro ya que la previa opinión que nos
hemos formado de los demás nos impide verlos como en realidad son, buscando en
cada momento que con su forma de actuar se confirme el juicio que ya teníamos
sobre ellos. En el caso de nuestra pareja puede ocurrir que hayamos pasado de
una opinión idealizada –y por tanto falsa- a otra de desencanto –igualmente
falsa-. Nuestra pareja no es como la habíamos soñado y dudamos que merezca
nuestra confianza. Hay que dejar a un lado las ilusiones y aceptarlo como es:
inacabado, llamado a crecer, en proceso. (AL.218)
Confiar en el otro no significa que no reconozcamos sus defectos
y limitaciones; sino que, a pesar de ello, confiamos en él, estamos seguros de
que lo bueno siempre supera a lo imperfecto y negativo que tenga.
La confianza engendra confianza y ella nos lleva a la
aceptación del otro y a la aceptación de los demás. Aceptar a los demás no es
absorberlos, ni moldearlos a nuestro gusto, ni cambiarlos para que sean
distintos, sino acogerlos tal como son, con su propio carácter, y esforzarnos
para que cada uno desarrolle al máximo todo lo que haya en él de positivo. En ese estilo enriquecedor de
comunión fraterna, los diferentes se encuentran, se respetan y se valoran, pero
manteniendo diversos matices y acentos que enriquecen el bien común. (AL.139)
Desgraciadamente, es más fácil descubrir lo negativo del
otro, o lo que, desde nuestro punto de vista, es más negativo en él. Por eso
insistimos en la necesidad de aceptarlo tal como es. Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. (AL.138).No
porque sea perfecto o porque sea como yo quiero, sino por respeto y amor a su
persona en lo que tiene de original y propio. Y para eso hay que conocerlo, no
sólo a nivel sensible o exterior (aspecto físico, cualidades o comportamientos
externos) sino en lo más profundo (las motivaciones y actitudes a lo que
responde eso que se manifiesta externamente).
Conocer al otro y aceptarlo nos ayuda además a conocernos
mejor y a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, sin miedo a reconocer
nuestras limitaciones o defectos. El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a
aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo
diferente a lo que yo desearía.(AL.92).Y ese sentirse aceptado
ayuda, a su vez, a tener una mayor confianza en nosotros mismos. Hace falta orar con la propia
historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e
incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás.(AL.107) En
resumen, comunicarse y compartir ayudan, en último término, a sentirnos más
seguros de nosotros mismos y por tanto más seguros de nuestra vida de pareja.
Se entra así en una dinámica que hace crecer y madurar a ambos.