El Matrimonio como realización del amor humano
La persona humana, para serlo plenamente, necesita encontrar su propia
identidad, cuestionarse sobre el sentido de la vida, sobre su fin último y su
destino. Ante estas preguntas con frecuencia nos evadimos aceptando respuestas
hechas,con marcado escepticismo frente a los grandes ideales, aceptando un
pluralismo en el que todas las posturas valen, renunciando a la búsqueda de
cualquier criterio de verdad objetiva, para gozar de una libertad entendida
como hacer en cada momento lo que resulte más placentero, huyendo de cualquier
tipo de compromiso definitivo a cambio de experiencias limitadas y fácilmente
abandonables.
La persona tiene que descubrirse a sí misma profundizando a través de una
madura reflexión, buscando respuestas a estos interrogantes sin dejarse dirigir
desde fuera. Es así como se verá diferente a los otros.
Ser diferente y tomar conciencia de ello puede ser a veces fuente de
sufrimientos e inseguridades, pero es también la cualidad que nos
constituye en personas únicas e irrepetibles, con nuestras limitaciones,
riquezas y nuestras originalidades.
En nuestra experiencia de relaciones con los demás nos descubrimos
hombres o mujeres. Somos seres esencialmente iguales y, sin embargo,
diferentes. Pretender eliminar esta diferencia o hacer de ella un motivo de
enfrentamiento sólo conduce a destruir la posibilidad de complementarnos
mutuamente. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o
masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el
diferente (AL 285)
Esta diferenciación no es sólo física, pues la sexualidad penetra
hasta lo más profundo del espíritu humano. Pensamos, sentimos y actuamos como
hombres o como mujeres a lo largo de nuestra existencia, sin poder
sustraernos a ello, haciéndose posible así la complementariedad y la
más perfecta comunicación mediante la unión de la pareja.
La persona, al descubrirse a sí misma como diferente a quienes la rodean,
se percibe inacabada, incompleta y necesitada de sus semejantes, abierta a
los demás porque es un ser para los demás. No puede vivir sola porque necesita
de los otros.
De la manera en que cada persona se plantee esta relación y necesidad
dependerá su propia maduración y destino: podrá estar con o frente a los
demás; aislarse o abrirse; dar o sólo esperar recibir; amar u odiar. Una
persona antisocial cree que los demás existen para satisfacer sus necesidades,
y que cuando lo hacen sólo cumplen con su deber. (AL 100)
En la vida hay como dos etapas. En la primera, típicamente «infantil»,
la persona pide atención, ayuda, cuidado; se busca, en suma, ser amado.
En la segunda, de «adulto», la persona se da a sí misma, se ofrece, ayuda
a los otros. Si en la primera la satisfacción consiste en recibir, en la
segunda consiste en dar.
En avanzar de una etapa a otra consiste el desarrollo y la madurez
humana. Es un proceso largo, pero que puede quedar bloqueado desde el
principio si nunca se llega a salir de la etapa infantil.
De este modo, el amor no es sólo un sentimiento. Es, sobre todo,
una facultad, una capacidad de salir de sí, de dar y de darse a los demás. Y
sólo así se madura y se encuentra satisfacción y el sentido de la vida.
Amar es buscar activamente el bien de aquellos a quienes se ama.
La madurez personal es un proceso de crecimiento constante, siempre se
puede ser más persona porque siempre se puede amar con mayor intensidad. La
madurez no depende de la posición económica, ni del nivel cultural, sino de la
capacidad de darse; y sólo así crecerá la persona y se podrá transformar el
mundo.
Pero no es sólo una cuestión de voluntad de la persona. La madurez
puede verse afectada por situaciones humanas y sociales que impiden o
dificultan en grado sumo un desarrollo humano normal (cuando se vive en
un ambiente continuado de violencia, explotación, confrontación, soledad,
de búsqueda de placer, etc.). Si los primeros años de la vida se viven en el
seno de familias inestables, rotas, irregulares, en las que sus miembros
adultos no han llegado a madurar y no encuentran amor, a menudo por su incapacidad
de darlo, resultará más difícil llegar a amar algún día a los demás,
especialmente si nunca nos hemos sentido amados. Aprender a amar a
alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el objetivo de un breve curso
previo a la celebración del matrimonio. (AL 208)
Esta capacidad de entrega, de amar y ser amado, tiene su expresión más
plena en la unión estable de un hombre y una mujer en el matrimonio. Esta
forma tan particular de amor que es el matrimonio, está llamada a una constante
maduración (AL 134)
Por ser una decisión importantísima, requiere una preparación responsable a
través del noviazgo en el que los novios se van conociendo entre sí y a sí
mismos y descubren, en este proceso de madurez, esa capacidad de amar y de
compenetrarse para vivir en común y dar el paso al matrimonio. Sin un
noviazgo adecuado es difícil que nazca una pareja estable. Sin madurez,
la vida en pareja será frágil y proclive a la anulación del
compromiso. Necesitamos ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la
riqueza del matrimonio (AL 205).
Esta unión entre hombre y mujer no puede ser sólo un asunto privado.
En el momento de contraer matrimonio, ese compromiso debe hacerse público y ser
reconocido por la sociedad, que desde ese momento debe amparar y proteger
la situación de los esposos. La familia es un bien del cual la sociedad
no puede prescindir, pero necesita ser protegida (AL 44).Este amparo y
protección social de la institución matrimonial resulta hoy bastante
debilitado, incluso legalmente, al aceptarse cada vez con mayor facilidad
la provisionalidad de las uniones (si surgen dificultades, se cambia de
pareja), la existencia de uniones sin reconocimiento público (parejas de
hecho) e incluso las uniones de personas de un mismo sexo con pretensiones
de equiparación al matrimonio.
El matrimonio precisa
protección porque de él se deriva, tanto para la pareja como para los
hijos, una serie de derechos, obligaciones y comportamientos que no pueden ser
ignorados por la sociedad. El Estado tiene la responsabilidad de crear
las condiciones legislativas y laborales para garantizar el futuro de los
jóvenes y ayudarlos a realizar su proyecto de formar una familia (AL 43)