Proyectar la vida en común
Proyectar es pensar y definir algo que queremos realizar para
el logro de un bien concreto y deseable que merece la pena conseguir. Proyectar
es necesario en la vida, especialmente cuando se plantea la vida en común.
Un proyecto de vida en común es algo más que compartir compañía;
es un acuerdo para alcanzar juntos algo que consideramos valioso. Para
conseguirlo necesitaremos fijar unos objetivos por los que merece la pena
luchar en nuestra vida. Suele ayudar el que se sienten a dialogar para
elaborar su proyecto concreto en sus objetivos, sus instrumentos, sus detalles.
(AL.218)
Pero no sólo hay que coincidir en los fines a alcanzar, sino en el modo de
llegar a ellos y en el modo de vivir esos valores e ideales. Nos tendremos que
preguntar ¿cómo va a ser nuestro trabajo?, ¿cuál será nuestra actitud ante
los hijos?, ¿qué ambiente tendrá nuestra casa, nuestro hogar?, ¿cuál será
nuestra actitud ante el dinero?, etc.
Incluso quienes hicieron un proyecto de vida en común tendrán que revisarlo
a lo largo de su vida en muchas ocasiones y adaptarlo a las circunstancias
cambiantes, renovándolo sin perder la ilusión. Un buen proyecto de vida
en común es el que incluye una revisión periódica de su propio
funcionamiento. En cada nueva etapa de la vida matrimonial hay que
sentarse a volver a negociar los acuerdos, de manera que no haya ganadores y
perdedores sino que los dos ganen. (AL.220)
No será fácil abordar la elaboración de tal proyecto si no hay
madurez personal, reflexión, equilibrio, discernimiento. Llegar al matrimonio
sin haber superado la etapa infantil o adolescente, donde la relación no está
fundamentada en el amor, sino en otras circunstancias (miedo, dinero, afán de
dominio, necesidad de seguridad), es embarcarse en una aventura con
muchas posibilidades de fracaso. La persona en el matrimonio puede
sentirse enriquecida o empobrecida si hay amor verdadero o egoísmo,
respectivamente. No obstante, cualquier pareja puede superar un
deficiente punto de partida si revisa su vida con seriedad.
No existen dos personas iguales, por mucho que se parezcan, todos
estamos condicionados por las circunstancias en que se desarrolla nuestra
vida. Cada uno puede y debe construir su personalidad y su propio proyecto
de vida de acuerdo con lo que él mismo quiere ser y según sus
circunstancias, que podrán ser familiares (genética y ambientales),
educacionales (tanto personales como académicas) y sociales (marcadas por el
entorno).
Cuando una pareja llega al matrimonio, son dos vidas personales con sus
propias peculiaridades y complejidades las que se unen. De esta
diversidad debe nacer un enriquecimiento mutuo sorteando las dificultades
y obstáculos que proceden de la propia historia. No podemos prescindir de
nuestras circunstancias. En su unión de amor los esposos experimentan
la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas,
deseos y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse
mutuamente. (AL 88)
La tarea de toda vida matrimonial consiste en armonizar dos formas de
ser y de sentir para potenciar el desarrollo de los cónyuges, sin renunciar
ninguno de los dos a sí mismos, ni forzar al otro o anularlo. Todas estas
dificultades y circunstancias serán superables si existe un amor profundo,
generoso y desinteresado. Quizás la misión más grande de un hombre
y una mujer en el amor sea esa, la de hacerse el uno al otro más hombre o más
mujer. Hacer crecer es ayudar al otro a moldearse en su propia
identidad.(AL.221)
Estas circunstancias personales que hemos mencionado, tanto familiares,
como sociales, educacionales, e incluso laborales o de amistad, influirán
siempre en la pareja a lo largo de su vida. Pero, además, las modas y
costumbres, los cambios de valores en la sociedad son una invitación constante
a pensar con espíritu crítico, a opinar, a actuar, a buscar respuestas que
ayudarán a la estabilidad matrimonial y a comprender lo que ocurre en la vida
matrimonial de tal forma que nuestras decisiones sean realmente propias y
no de las corrientes o estilos de vida imperantes.
Nuestra vida personal y de pareja tiene que ser decidida por nosotros
mismos y no dirigida desde fuera, desde los medios de comunicación, la
publicidad, la propaganda, la opinión mayoritaria, etc. Pero al
unirse, los esposos se convierten en protagonistas, dueños de su historia y
creadores de un proyecto que hay que llevar adelante juntos. (AL.218)
Pero no sólo las circunstancias externas, sino las dificultades de
convivencia existen, también, para todas las parejas. Unas consiguen
superarlas ahondando en su amor, mientras que en otras es el amor el que se
desvanece, a veces ante los primeros obstáculos, al basar su
relación en, tan solo, la atracción física, el deleite o la economía. En
estos casos el equilibrio se trastoca y, uno de los dos o ambos, pueden
sentirse defraudados porque estiman dar más de lo que reciben. Para otros,
en cambio, el amor es la fuerza que impulsa a darse al otro para que el
otro llegue a ser él mismo.
En el matrimonio, el amor humano puede llegar a su plenitud.
Porque en él los cónyuges pueden llegar a la máxima donación de sí
mismos, entregándose el uno al otro en un compromiso
total (sin reservarse nada), exclusivo (sin
compartirlo a ese nivel con nadie más que con el cónyuge), definitivo (sin
poner plazos) y fecundo (no agotado en la pareja, sino
llamado a prolongarse). Esta amistad peculiar entre un hombre y una
mujer adquiere un carácter totalizante que sólo se da en la unión conyugal.
Precisamente por ser totalizante, esta unión también es exclusiva, fiel y
abierta a la generación. (AL 125)
Esto no significa que todo amor conyugal sea perfecto, sino que es un estar
siempre en camino. Pero en eso radica su grandeza: en que, desde la
limitación de toda persona humana, nos ponemos en camino hacia esa meta. El
éxito de un matrimonio no se mide por la ausencia de dificultades, sino
por la capacidad de superarlas y de vivir de forma cada vez más profunda
nuestra capacidad de darnos. No podemos prometernos tener los mismos
sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto
común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte
nos separe, y vivir siempre una rica intimidad. (AL. 163)
El amor conyugal auténtico
engendra una felicidad más honda y duradera, ya que se construye poco a poco,
día a día, sobre la roca firme de un proyecto común.