lunes, 15 de julio de 2019

Proyectar la vida en común


Proyectar la vida en común
Fuente: MFC 


Proyectar es pensar y definir algo que queremos realizar para el logro de un bien concreto y deseable que merece la pena conseguir. Proyectar es necesario en la vida, especialmente cuando se plantea la vida en común.
Un proyecto de vida en común  es algo más que compartir compañía; es un acuerdo para alcanzar juntos algo que consideramos valioso. Para conseguirlo necesitaremos fijar unos objetivos por los que merece la pena luchar en nuestra vida. Suele ayudar el que se sienten a dialogar para elaborar su proyecto concreto en sus objetivos, sus instrumentos, sus detalles. (AL.218)
Pero no sólo hay que coincidir en los fines a alcanzar, sino en el modo de llegar a ellos y en el modo de vivir esos valores e ideales. Nos tendremos que preguntar ¿cómo va a ser nuestro trabajo?, ¿cuál será nuestra actitud ante los hijos?, ¿qué ambiente tendrá nuestra casa, nuestro hogar?, ¿cuál será nuestra actitud ante el dinero?, etc.
Incluso quienes hicieron un proyecto de vida en común tendrán que revisarlo a lo largo de su vida en muchas ocasiones y adaptarlo a las circunstancias cambiantes, renovándolo sin perder la ilusión. Un buen proyecto de vida en común es el que incluye una revisión periódica de su propio funcionamiento. En cada nueva etapa de la vida matrimonial hay que sentarse a volver a negociar los acuerdos, de manera que no haya ganadores y perdedores sino que los dos ganen. (AL.220)
No será fácil abordar la elaboración de tal proyecto si no hay madurez personal, reflexión, equilibrio, discernimiento. Llegar al matrimonio sin haber superado la etapa infantil o adolescente, donde la relación no está fundamentada en el amor, sino en otras circunstancias (miedo, dinero, afán de dominio, necesidad de seguridad), es embarcarse en una aventura con muchas posibilidades de fracaso. La persona en el matrimonio puede sentirse enriquecida o empobrecida si hay amor verdadero o egoísmo, respectivamente. No obstante, cualquier pareja puede superar un deficiente punto de partida si revisa su vida con seriedad.
No existen dos personas iguales, por mucho que se parezcan, todos estamos condicionados por las circunstancias en que se desarrolla nuestra vida. Cada uno puede y debe construir su personalidad y su propio proyecto de vida de acuerdo con lo que él mismo quiere ser y según sus circunstancias, que podrán ser familiares (genética y ambientales), educacionales (tanto personales como académicas) y sociales (marcadas por el entorno).
Cuando una pareja llega al matrimonio, son dos vidas personales con sus propias peculiaridades y complejidades las que se unen.  De esta diversidad debe nacer un enriquecimiento mutuo sorteando las dificultades y obstáculos que proceden de la propia historia. No podemos prescindir de nuestras circunstancias. En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones; aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. (AL 88)
La tarea de toda vida matrimonial consiste en armonizar dos formas de ser y de sentir para potenciar el desarrollo de los cónyuges, sin renunciar ninguno de los dos a sí mismos, ni forzar al otro o anularlo. Todas estas dificultades y circunstancias serán superables si existe un amor profundo, generoso y desinteresado. Quizás la misión más grande de un hombre y una mujer en el amor sea esa, la de hacerse el uno al otro más hombre o más mujer. Hacer crecer es ayudar al otro a moldearse en su propia identidad.(AL.221)
Estas circunstancias personales que hemos mencionado, tanto familiares, como sociales, educacionales, e incluso laborales o de amistad, influirán siempre en la pareja a lo largo de su vida. Pero, además, las modas y costumbres, los cambios de valores en la sociedad son una invitación constante a pensar con espíritu crítico, a opinar, a actuar, a buscar respuestas que ayudarán a la estabilidad matrimonial y a comprender lo que ocurre en la vida matrimonial de tal forma que nuestras decisiones sean realmente propias y no de las corrientes o estilos de vida imperantes.
Nuestra vida personal y de pareja tiene que ser decidida por nosotros mismos y no dirigida desde fuera, desde los medios de comunicación, la publicidad, la propaganda, la opinión mayoritaria, etc. Pero al unirse, los esposos se convierten en protagonistas, dueños de su historia y creadores de un proyecto que hay que llevar adelante juntos. (AL.218)
Pero no sólo las circunstancias externas, sino las dificultades de convivencia existen, también, para todas las parejas. Unas consiguen superarlas ahondando en su amor, mientras que en otras es el amor el que se desvanece, a veces ante los primeros obstáculos,  al basar su relación en, tan solo, la atracción física, el deleite o la economía. En estos casos el equilibrio se trastoca y, uno de los dos o ambos, pueden sentirse defraudados porque estiman dar más de lo que reciben. Para otros, en cambio, el amor es la fuerza que impulsa a darse al otro para que el otro llegue a ser él mismo.
  En el matrimonio, el amor humano puede llegar a su plenitud. Porque en él los cónyuges pueden llegar a la máxima donación de sí mismos, entregándose el uno al otro en un compromiso total (sin reservarse  nada), exclusivo (sin compartirlo a ese nivel con nadie más que con el cónyuge), definitivo (sin poner plazos) y fecundo (no agotado en la pareja, sino llamado a prolongarse). Esta amistad peculiar entre un hombre y una mujer adquiere un carácter totalizante que sólo se da en la unión conyugal. Precisamente por ser totalizante, esta unión también es exclusiva, fiel y abierta a la generación. (AL 125)
Esto no significa que todo amor conyugal sea perfecto, sino que es un estar siempre en camino. Pero en eso radica su grandeza: en que, desde la limitación de toda persona humana, nos ponemos en camino hacia esa meta. El éxito de un matrimonio no se mide por la ausencia de dificultades, sino por la capacidad de superarlas y de vivir de forma cada vez más profunda nuestra capacidad de darnos. No podemos prometernos tener los mismos sentimientos durante toda la vida. En cambio, sí podemos tener un proyecto común estable, comprometernos a amarnos y a vivir unidos hasta que la muerte nos separe, y vivir siempre una rica intimidad. (AL. 163)
El amor conyugal auténtico engendra una felicidad más honda y duradera, ya que se construye poco a poco, día a día, sobre la roca firme de un proyecto común.