miércoles, 31 de julio de 2019

LA AUTOESTIMA, ¿QUÉ ES?

La autoestima es un término que se utiliza muy a menudo sin saber exactamente lo que significa. Podríamos definirla como el juicio positivo que hace uno sobre sus aptitudes y carencias. Esto significa conocerse tal y como se es y saber lo que se puede llegar a ser.

¿Nos aceptamos realmente como somos? Esa sería la primera consecuencia de una personalidad madura, que junto a una correcta autoestima nos llevaría a estar contentos con nosotros mismos, lo cual no significa que hayamos alcanzado nuestro ideal, sino que estamos en ese camino, un camino que significa que vamos mirando a nuestro ideal poniéndonos metas a corto plazo, haciendo una lucha contra todos los aspectos negativos y contra las carencias que tenemos, aportando nuestros dones y valores y poniéndolos en funcionamiento. A veces tendremos éxitos y otras veces fracasos. Superando y encajando esos éxitos y fracasos llegaremos al conocimiento propio y nos revelamos a nosotros mismos como verdaderamente somos. Ese es el fundamento de la autoestima.
¿Qué es lo que solemos ocultarnos? Esa es una parte muy divertida de nuestra psicología. En realidad lo que solemos ocultarnos suelen ser nuestros errores no perdonados y no aceptados, nuestras carencias, defectos y vicios, con los que no estamos dispuestos a luchar. Voy a poner un ejemplo gráfico que puede iluminar este aspecto: Cuando uno está barriendo y va acumulando la suciedad y el polvo que ha ido recogiendo de los rincones, a veces se tiene la tentación de dejarlo en un lugar donde no se vea, o de meterlo debajo de la alfombra. En realidad cuando no nos aceptamos y nos ocultamos cosas a nosotros mismos, estamos actuando así, estamos barriendo nuestra casa y dejando la basura debajo de la alfombra. No se ve pero está ahí, solo la hemos cambiado de sitio.
¿Es posible la autoestima sin la propia aceptación? En realidad no, si no partimos de la propia aceptación estaría anulada desde el principio nuestra capacidad para descubrir, valorar y juzgar nuestras capacidades y nuestras limitaciones.
¿Qué es lo que nos capacita para aceptarnos? ¿De qué depende el que yo pueda aceptarme a mí misma o no? Voy a poner un ejemplo de algo relacionado con mi hija pequeña que tiene 3 años y medio. Cuando ha hecho una fechoría en casa y yo pregunto: ¿Quién ha pintado el sofá con el rotulador? Ella, antes de contestar, se para, me mira a la cara, examina mi tono de voz, y según descubra si yo estoy dispuesta a perdonar o no, me dice una verdad o una mentira (una mentira que siempre termina aceptando), pero en realidad lo que ella percibe es: si yo diciendo la verdad voy a perder el cariño de mamá, no compensa esa verdad, prefiero mentir. Pero si yo veo en los ojos de mamá que me va a querer, aunque tenga que limpiar el rotulador, soy capaz de aceptarlo y decir esa verdad.
¿Por qué es tan difícil aceptarnos a nosotros mismos? Primero porque caemos en un error frecuente de compararnos con los demás, además en facetas superficiales y sin tener todo el conocimiento, buscando en ellos una referencia en lugar de valorarnos, reconocernos y aceptarnos a nosotros mismos. Después y más importante aún, porque desconocemos quien es Dios y cuál es el amor que tiene hacia nosotros. En realidad el amor de Dios es gratuito, no necesita de nuestra perfección ni de nuestros méritos para amarnos, nos ha amado primero y eso nos descoloca, porque “aun pudiera haber uno que muriera por un justo, pero ¿por un pecador?” ¿Cómo se entiende que Dios haya muerto por un pecador? En el fondo, detrás de esa incapacidad de ver el amor gratuito de Dios, se esconde una soberbia que nos impide realmente dejarnos amar de esta manera inmerecida.
¿En qué medida depende nuestra autoestima del juicio de los demás? Es cierto que siempre el juicio de los demás nos marca de alguna manera. Sin embargo hay que estar en guardia, porque hoy en día el juicio social está muy ligado al tema de la productividad, es decir, si yo tengo éxito social, si tengo dinero, si tengo poder, entonces valgo. Valgo en cuanto soy útil a esta sociedad y le doy un rendimiento, si no no valgo. Por mí mismo, por lo que soy, no valgo. Hay que ser valiente y estar en guardia, porque en realidad en nuestra autoestima cuenta mucho el modelo que vayamos a elegir, de eso depende nuestra actuación con coherencia, y está muy claro que en nuestra sociedad si dependemos del juicio de los demás como la piedra angular de nuestra vida vamos a terminar siendo esclavos de esa moda o ese parecer social.
¿Es bueno apreciarme por lo que los demás me aprecian? Estar abierto a lo que los demás conocen y opinan de mí, en sí es bueno, porque hay una parte de mí que solo conozco yo, una parte que solo conocen los demás, otra que conocen tanto los demás como yo misma. Hay otra parte que solo conoce Dios. En realidad mi verdadero yo está compuesto de todo eso.
¿Qué hacer si me siento ignorado o despreciado por los demás? Es inevitable que ante el desprecio o la ignorancia por parte de los demás, uno se sienta herido en sus sentimientos. El problema realmente surge cuando de esa reacción de los demás yo hago la motivación de mi conducta, es decir, que yo estoy buscando en cada acto que realizo la aprobación de los demás. En el fondo soy como una marioneta en sus manos, y hago lo que sea necesario para obtener ese aprecio. El problema que esto tiene es que como es algo que no depende de mí y es en cierto sentido exterior a mí, yo no lo puedo controlar. Y como el afecto de los demás puede ser mudable, voy cambiando de dirección en un sentido u otro sentido constantemente para mantener esa aceptación de los demás, hasta el punto de que puedo llegar a vaciar de contenido mi personalidad y convertirme en una marioneta en mano de los amigos y de la sociedad. Puedo llegar a ser una persona completamente gobernable por otros, y esto va causándome una frustración interior, porque en realidad puede ser muy tirana la opinión de los demás, nunca se contenta, con lo cual yo voy de fracaso en fracaso, porque no veo que voy alcanzando un ideal determinado sino que voy cambiando de objetivo, y por tanto nunca satisfago esas ansias de coherencia que toda persona tiene dentro, nunca veo un avance y siempre tengo esa percepción de no ser libre, de estar en manos de otro, de no gobernar mi propia vida y al final no saber cual es mi fin, ni mi destino, ni el sentido de mi vida.
¿Debo hacer cualquier cosa con tal de estar agusto conmigo mismo? Conviene aclarar un poco los términos. Lo que es objetivamente malo en sí mismo, que es intrínsecamente malo, no lo podemos hacer porque de ahí no va a salir ninguna consecuencia buena. También hay que tener en cuenta que el objetivo de nuestra propia vida es lo que va a marcar nuestra dirección, nuestra hoja de ruta, por donde tenemos que ir, y hacia ese objetivo irán nuestros actos. Si yo quiero viajar de la tierra a la luna, no puedo irme en dirección contraria, porque no serviría de nada, solo retrasaría el viaje. He de hacer y poner los medios adecuados para llegar a este fin, al destino de mi viaje. En cuanto a lo de estar agusto conmigo mismo, si me refiero con esa expresión a tener un placer físico, a estar confortable, a no esforzarme, a estar tranquilo y no salir de mí, pues eso solamente me va dar un bien inmediato a un nivel corporal , fisiológico, que en seguida se va a esfumar. Eso no puede marcar la dirección de mi vida, no puede marcar mis actos ni mis objetivos. Si por estar agusto conmigo mismo me refiero a actuar en coherencia con lo que es mi objetivo y mi ideal, sí sería bueno, porque voy a tener la satisfacción de que voy cumpliendo mis pequeñas metas, voy a tener una satisfacción y un estar agusto conmigo a un nivel mucho más profundo, espiritual, trascendental y psicológico.
Cultivar pensamientos como “yo valgo”, “yo puedo”, ¿afianzan la autoestima? Repetirme a mí mismo ante un reto o una dificultad: “Yo puedo hacer esto”, “yo puedo”, me puede servir de palanca en un momento determinado para lanzarme a esa acción que en principio me cuesta. Pero no se puede decir que eso afiance la autoestima. En realidad la autoestima se basa primeramente en conocer mis capacidades para aplicarlas a ese reto. También saber integrar y aceptar mis carencias y limitaciones, e incluso el fracaso si no llegara a superar ese reto que me he planteado. Es importante no desanimarme y ser capaz de volver a empezar otra vez. Ciertamente conocer cuál es mi valor como persona va a suponer un avance en mi autoestima. Repetir por repetir una frase puede servirme en un momento dado como resorte: “venga, ahora es la buena, esta es la acción que tienes que hacer. No te pares más, sigue adelante…”. Pero de eso no va a depender mi autoestima, sino de toda la labor que es posterior a ese reto. Sería un examen en el que analice como mi manera de responder ante ese reto, analizar en qué me he apoyado, y descubrir cuál ha sido la capacidad que he descubierto afrontándolo y cuál mi limitación. 


¿En qué tengo que fundamentar la autoestima? Tenemos que tener en cuenta nuestros dones, capacidades…, pero ciertamente una persona no puede fundamentar en eso su autoestima, porque puede llegar a un momento de su vida que pierda sus capacidades o bajen drásticamente. Podemos pensar por ejemplo en una persona que tenga un accidente de coche y quede tetrapléjica, hasta el punto de que no puede moverse. Dependerá totalmente de otra persona para pasar cada momento de su existencia: no puede comer por sí mismo, no puede beber por sí mismo, no puede levantarse, no puede andar, no puede pintar, no puede escribir… Esa persona ¿sería capaz de tener autoestima? ¿Cuál sería el valor de esa persona? Este caso extremo nos da la base sobre la cual se fundamenta la verdadera autoestima, que no es ni más ni menos que el valor de esa vida humana y la dignidad de esa persona. Para eso tenemos que empezar a hablar con mayúscula, hablar primero del amor de Dios que ha pensado en ella desde toda la eternidad y con cariño la ha traído a la existencia. Tendríamos que hablar de Jesucristo, de un Dios que se ha hecho hombre, que ha muerto en la cruz para atraer a su corazón a esa persona, tendríamos que hablar de que Jesucristo estaría dispuesto a volver a morir en la cruz un millón de veces por ella si fuera necesario para salvarla. Esa es la verdadera medida de la autoestima, ese es el reducto final sobre el que hemos de apoyarnos, de tal manera que nunca una persona puede decir con verdad que no tiene ningún valor, o ninguna capacidad, o ningún don, y por eso no puede llegar a estimarse a sí misma. Sino que en realidad, toda persona humana tiene en sí un valor infinito.

¿Puede la autoestima llegar a despreciar a los demás? Si nos movemos en una autoestima basada en el reconocimiento social, que al final no es ni más ni menos que compararnos con los demás y ver si tenemos más dinero, más poder, más éxito profesional, somos más guapos o más listos que los demás, y salimos ganando en esa comparación, pues entonces sí existiría el peligro de llegar a despreciar a los demás, porque nuestra autoestima sería el resultado de quedar por encima de otros. Lo podemos comparar con los surfistas. Cuando están subidos a la tabla compiten para ver quien coge la ola más grande. En un momento dado están en la cresta de la ola, pero la ola es tan frágil que en otro momento están abajo hundidos. Se van sucediendo unos y otros arriba y abajo, tan pronto están en lo más alto como están hundidos en el mar. Ciertamente una autoestima basada en el reconocimiento social responde a ese mismo patrón. Lo mismo puedes estar muy arriba que muy abajo. Ciertamente una autoestima basada en este tipo de éxitos, podría llegar a despreciar a los demás.
¿Podemos más de lo que creemos? ¿Es cierto que lo podemos todo? Ciertamente podemos más de lo que creemos. Simplemente porque no utilizamos todas las potencias y dones que hemos recibido, estamos infrautilizando mucho de lo que tenemos. ¿Podemos todo? En el sentido de que no somos omnipotentes, en principio no podemos todo. Pero también podemos leer en la Biblia: “todo lo puedo en aquel que me conforta”, y eso nos desvela un camino de ascenso y de avance hacia nuestro ideal que es Cristo, y hacia unos nuevos horizontes que descubrir muy importantes, porque según nosotros vamos avanzando en ese camino de unión cada vez mayor con Cristo, de respuesta a su gracia, también eso nos va haciendo capaces de hacer cada vez más cosas y de poder más. Miremos a la Virgen, que es el modelo perfecto. A Ella le llamamos “la omnipotencia suplicante”, porque todo lo puede, porque todo lo recibe de Dios.
¿La humildad cristiana es contraria a la autoestima? En absoluto. La verdadera humildad nos lleva a una correcta autoestima. Si entendemos la humildad en el sentido de andar en verdad sobre nosotros mismos, tenemos puesta la piedra angular para una verdadera autoestima. Una humildad que no niega los dones que hemos recibido, al contrario, los reconoce, pero no se atribuye el mérito, porque esos dones nos vienen de Dios. En realidad todo lo recibimos de Dios. ¿Quién se ha dado la vida a sí mismo? Nadie. Todos han recibido la vida de Dios, y junto con la vida han recibido en el mismo paquete todos los dones. Me gusta pensar que cuando Dios me llamó a la existencia ya sabía cual era mi vocación, cual era el plan, la misión a la que me había destinado. Por eso me hizo de una manera determinada, por eso me dio unos dones concretos e incluso las limitaciones que yo necesitaba superar para con esa superación capacitarme para realizar la misión que Él espera de mí.
¿La sumisión y la obediencia socavan la autoestima? De ninguna manera. La sumisión y la obediencia demuestran que conozco cual es mi dignidad como persona y cual es la dignidad de Dios, porque de Dios procede todo principio de autoridad. Recordemos el pasaje en el que Pilatos provoca a Jesús diciendo: ¿Acaso no sabes que yo tengo poder para crucificarte y para perdonarte la vida? Como diciendo: “haz lo que yo digo”, “di lo que yo quiero saber”. Sin embargo Jesús responde: “No tendrías ese poder si no te lo hubieran dado de lo alto”.¿Acaso Jesús no tenía autoestima? Ciertamente que sí, es el modelo perfecto, de hombre perfecto, y eso nos demuestra que la autoestima no depende del poder exterior que uno tenga sobre otros.
¿La fe ayuda a mejorar la autoestima? Una persona con fe ya tiene ganada su autoestima en un gran porcentaje, porque la fe está ligada al amor. Dios en la persona de Jesucristo nos ha revelado el amor que nos tiene hasta el punto de hacerse hombre, nos ha revelado nuestra dignidad en Cristo, el precio que está dispuesto a pagar por nosotros y por salvarnos, y eso sabiendo como somos realmente sin que nada se le oculte, y confiando en nosotros, en nuestras posibilidades y esperando lo mejor de cada uno. Llamándonos a una verdadera perfección en Él.
¿Enseñó Jesucristo algo en este sentido? Hay una parábola en la que Jesús nos habla de que el hombre prudente es aquel que edifica su casa sobre roca, porque el que lo hace sobre arena, vienen los vientos, viene la lluvia y se le cae la casa, mientras que el que edifica su casa sobre roca ya pueden soplar los vientos, las tempestades, tormentas, que su casa permanece firme. Esto es lo que debemos hacer con nuestra autoestima, edificarla sobre roca, sobre la roca que es Cristo, sobre su amor que es inconmovible, eterno, infinito por cada uno, que está dispuesto a cualquier sacrificio por él, y todo esto nos tiene que dar alas para avanzar en nuestro camino, para madurar en nuestra personalidad, para avanzar en la perfección, y para crecer en esa autoestima correcta que no quiere decir que nos engañemos creyéndonos lo que no somos, o no sabiendo superar o ver nuestros fracasos y nuestras limitaciones, pero con la confianza de que nada de eso merma el amor que Dios nos tiene. Una madre cuando ve a su hijo enfermo, o a un hijo que se está desviando, se desvive más por él. No le frenan los fracasos ni los desplantes, ni los malos comportamientos, sino que ahí es donde saca a relucir toda la fuerza de su amor para atraer al bien a ese hijo. De la misma manera Dios actúa así con nosotros, Cristo actúa así, y Nuestra Madre del Cielo también.
¿Debemos estimar a los demás como a nosotros mismos? Sí, en un doble sentido. En un sentido porque el valor de cada persona es infinito, es el valor de la propia sangre, del sacrificio de Cristo. También el propio Jesús en el Evangelio dice que lo que hagamos a uno de estos pequeños a Él se lo hacemos. De tal manera que cuando nos relacionamos con los demás, cuando les queremos, cuando les ayudamos, se lo estamos haciendo a Cristo, a su propia persona. En otro sentido porque psicológicamente está demostrado que la autoestima, para ser verdadera, necesita salir de sí misma y ponerse a hacer algo positivo por los demás. No solo meras intenciones, sino obras positivas por los demás, porque eso hace crecer la paz, la alegría, la armonía interior, nos da felicidad. Es el amor real, el amor puesto en acción, un amor de donación, de voluntad y afectivo.